Las majestuosas figuras de Jaume Plensa (Barcelona, 1955) se instalan desde este mes en los espacios urbanos y naturales de la ciudad deBurdeos (Francia) para establecer un diálogo permanente con sus habitantes.
Después de Río de Janeiro, Salzburgo o Chicago, el escultor catalán invade la capital girondina hasta el 6 de octubre con doce piezas al aire libre, de las que cuatro han sido concebidas expresamente para la ocasión.
La intención del artista ha sido redescubrir la ciudad a sus habitantes desde una vertiente humanista, así como alternar símbolos de diferentes culturas para «celebrar la diversidad».
Esculturas tatuadas con letras, frases y notas musicales, o todo lo contrario, abanderadas de la opacidad más tradicional, que con su libre circulación democratizan el espacio artístico, transformándolo en un«espacio urbano y compartido».
Y pese a que sus obras invitan al paseante a la interacción y la exploración sensorial, el artista catalán sugiere no tocarlas, sino acariciarlas «de la misma manera que se hace con un hijo».
El cuerpo humano, leitmotiv de la obra de Plensa, es concebido como un «espacio de resonancia poética del individuo». Por ello sus figuras bordelesas rompen con la idea totémica, implícita en la escultura más tradicional, y la reemplazan por «lo imperceptible», es decir los pensamientos.
«Con esta exposición pretendo lanzar una botella al mar con un mensaje», declaró el artista, que ha dedicado sus más de treinta años de carrera a eliminar toda huella figurativa «para enredar la materialidad con el lirismo más introspectivo» o, lo que es lo mismo, sugerir sin aleccionar.
Considerado como uno de los grandes herederos de la escultura española, siguiendo la estela de Picasso o Gargallo, el arte de Plensa se construye por la oposición: vacío/lleno, luz/sombra, individuo/colectivo, masculino/femenino.
Precisamente, la luz, y también su doble, la sombra, se convierten endos elementos omnipresentes en esta muestra, al atravesar, irradiar y penetrar las formas tanto de día como con el alumbrado nocturno, instalado a propósito.
«Para mí, tanto la memoria como el futuro son femeninos. El hombre es un accidente que, aunque bello, no deja de ser un accidente», confesó el artista al presentar «Marianna y Awilda», dos rostros femeninos enfrentados entre sí que parecen flotar en el aire pese a sus cuatro metros de altura.
«Marianna y Awilda», emplazadas en el patio del ayuntamiento de la ciudad, también revelan otro elemento fundamental del trabajo de Plensa: el vacío.
«Visualmente, la transparencia del «tejido de encaje» -una malla de acero inoxidable que recuerda a la mantilla española- remite a la desmaterialización de los retratos y descubre el vacío interno con el objetivo último de evidenciar la fragilidad del ser», explicó la comisaria de la muestra, Florence Guionneau-Joie.
La inquietud por conceder a aquello ordinario un carácter extraordinario llevan al escultor a transformar la escala original y a jugar continuamente con el peso, el volumen y la monumentalidad.
Así ocurre con «Sanna» (Place de la Comédie) y «Paula» (Place Pey Berland), los majestuosos rostros de siete metros de altura de dos niñas, una sueca y otra barcelonesa, con los que el autor invita al espectador a«entrar en sus sueños más internos».
Plensa emplea aquí la opacidad del hierro fundido -material que aplicaba sobre todo en sus inicios- y entorna los ojos de las protagonistas para, pese a su existencia real, despersonalizarlas y permitir al público identificarse con ellas.
Tatuado con los nombres de sus compositores predilectos, el catalán se retrata en bronce siete veces -«como las siete notas musicales»- abrazando, con las extremidades inferiores y superiores, los árboles del jardín municipal de Burdeos bajo el título «The heart of trees».
Aunque el autorretrato no es muy corriente en el campo escultórico, en esta metáfora de la conexión del hombre con la naturaleza, el autor pretende recordar que «de toda materia muerta siempre nace una nueva vida».
«Ainsa I» o «Silent Music» -individuos en fragmentos de acero inoxidable que reposan sobre enormes rocas procedentes de los pirineos aragoneses- son personajes corrientes sentados como auténticos budas en las plazas más populares de la villa, los cuales vuelven a apelar a la reflexión más íntima.
Estas esculturas antropomorfas, testimonios silenciosos de la actividad urbana, están marcadas con notas musicales, poemas deShakespeare o incluso del valenciano Vicent Andrés Estellés, y también con palabras en ocho alfabetos diferentes.
«Las figuras humanas son, para mí, seres ordinarios creados para reflejar y celebrar la inagotable diversidad de nuestras sociedades», ultimó Jaume Plensa, un humanista en sí mismo.