Leonard Foujita: Recuerdos de su estancia en Cuba.

 

Leonard Foujita@

Tsuguharu Foujita, bautizado a edad madura como Léonard Foujita (en japonés: 藤田 嗣治) (Edogawa (Tokio), 1886 – Zúrich, 1968) fue un pintor de origen japonés nacionalizado francés. El cambio de su nombre de pila se explica porque en 1959 se convirtió alCatolicismo.

Se suele vincular a Foujita a la Escuela de París, aunque desarrolló un estilo personal, aplicando técnicas de pintura japonesa a temas y estilos occidentales. Fue receptivo a las influencias del impresionismo y el simbolismo. Dio más valor a la línea que al volumen: siluetas estilizadas, sombras y relieves simplificados, y una paleta clara aplicada en capas finas. Su conexión con Amedeo Modigliani explica que fuese uno de los artistas incluidos en la exposición Modigliani y su tiempo, abierta en el Museo Thyssen-Bornemisza en 2008.

Vida y obra

Nace en Tokio con el nombre de Tsuguharu Foujita. Se gradúa en la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de Tokio en 1910, y en 1913 se divorcia y se traslada a París. En marzo de 1917 se casa en París con Fernande Barrey. Debuta en una exposición individual en 1917 y tuvo gran éxito en el Salón de Otoño de 1922.

En 1924, Foujita es nombrado miembro de la Academia de Artes de Tokio, aunque no retornará a su país hasta cinco años después, con una exposición de gran éxito. Recorre el continente americano, en 1932 visita Cuba2invitado por Alejo Carpentier, realiza 33 dibujos y pinturas que expone en el Lyceum de La Habana, luego se traslada a Japón, donde pinta diversos murales por encargo.

Retorna a París en 1939-40, pero vivirá la mayor parte de la II Guerra Mundial en su país. Pinta diversas obras sobre el conflicto, como El último día de Singapur (1942, Museo de Arte Moderno de Tokio).

Tras una estancia en EE. UU., Foujita se instala nuevamente en París en (1950), adopta la nacionalidad francesa y en 1959 se convierte al Catolicismo, bautizado con el nombre de Léonard. En sus últimos años, decora unacapilla de la catedral de Reims.

Junto a su actividad pictórica, Foujita desarrolló una labor bastante amplia como diseñador de ilustraciones; así, en 1928 se publicó una edición de Les aventures du roi Pausole, de Pierre Louys, con xilografías de este artista.

 

Recuerdos de su estancia en Cuba

I.

El iconoclasta Leonard Tsuguharu Foujita no debió haber causado mucho estruendo dentro del mundo artístico parisiense, el cual tenia costumbre del esteriotipo del creador romántico: un Nerval que se paseaba con su langosta azul amarrada por un cordel, o los performances dadaístas que buscaban agraviar, al punto de herir físicamente, a los peatones de la ciudad.

Un autorretrato es necesario: cerquillo, argolla de oro en el lóbulo izquierdo, lentes circulares, pantalones color fresa, zapatos blancos. El pintor, es conocido, se pasaba horas acariciando a su gato. Tomaba té y leía poesías en voz alta en los cafés. Foujita ocupaba ese espacio de lo exótico, del ser extravagante que tanto fascinó a la escena europea desde finales del siglo diecinueve y que Hemingway denominó como la ciudad de la «fiesta perpetua». No está del todo claro si Alejo Carpentier llegó a ser un amigo de Foujita, o si solo intercambió algunas palabras con el pintor nipón. Lo que si existe, publicada en la revista Social de 1929, es la impresión de Carpentier sobre la figura del pintor en una crónica que tituló «Mitología de Foujita». El mismo Carpentier en su crónica hace notar el risueño perfil de Foujita:
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«Su silueta es precisa. Una elegancia un tanto estrafalaria para un occidental, pero divertida en un nipón, se crea en su persona. Sus suéteres aparecen acompañados de americanas azul añil y de pantalones a cuadritos en color topo. A veces lleva frac con raro garbo. Generalmente una anilla de oro reluce en su lóbulo izquierdo«.

En una estampa clara, nuestro escritor deja la imagen plástica de un pintor que, guardando algunas enormes diferencias, es pariente del joven kitsch, Salvador Dalí. En la crónica de Carpentier, vale también señalar, aparece una alusión a Cuba, cuando el pintor le comenta a Carpentier que: «El próximo año iré a Cuba y México – nos anunció el artista». Sorprende que Carpentier no elabore más sobre este parecer, pues termina su nota comentado sobre el viaje de ese año de Forjita a Japón y de los muchos japoneses, imitadores de Foujita, que llegan anualmente al puerto de Marsella con cerquillos y botas blancas. Como es factible en el tono de su nota, Carpentier lee a Foujita como un ser artificial, cirquero, y fácilmente imitado por el aura de su imagen.

II.

1932. Tras un largo periplo continental, que no excluía a Brasil, Argentina, Bolivia y Perú; Foujita llega finalmente al puerto de La Habana el 28 de Octubre de 1932. Seria un poco más de tres años después que Carpentier escribiese su mitología foujitiana. ¿Por qué ha de interesarse un pintor nipón, residente francés, en el Caribe, y en específico en Cuba? La motivación debe leerse en función de otros artistas que reparaban en Cuba como un paraíso para la creación y el desarrollo intelectual. Robert Desnoes, amigo de Alejo Carpentier, ya escribía por aquellos tiempos que Cuba era un lugar donde se podían encontrar: «…las fritas, playas…and the beautiful black women». También el pintor belga, Jules Pascin, quien tras haber visitado Cuba, escribió en su cuaderno sobre la armonía de la ínsula: «Es una ciudad [La Habana] sencilla y tranquila, donde se puede tener la oportunidad de trabajar mucho».

Foujita también buscaba, si bien no el paraíso de la otra esquina, al menos un resorte del edén.

A pocos días de desembarcar en la capital, ya se tiene organizada una exposición de cuadros de Foujita en el Lyceum de La Habana que, como concuerdan todas las reseñas de la época, en esos momentos presentaba la «Exposición Única» con obras de grandes artistas como Portocarrero, Romañach, Víctor Manuel, y José Sicre. Esta muestra fue desmontada con el propósito de colgar los dibujos y oleos durante cinco días, un total de treinta y tres, que Foujita había hecho para la muestra, ya que las obras que había traído de Europa habían sido vendidas entre Argentina y Brasil. Las palabras de apertura de la exhibición fueron leídas por Jorge Mañach que no perdió tiempo para establecer paralelos entre la polémica en torno a la identidad de la nación y la obra de Foujita:
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«En lo meramente plástico, el arte de Foujita nos da una lección de precisión y de frugalidad, de elegancia y de delicadeza. Más, por encima de eso, apunta a la solución más apetecible del gran problema de nuestra cultura. Representa un ejemplo de cómo es posible adecuarse a lo ajeno sin desertar de lo propio; crearse un modo internacional de expresión sin renunciar a los elementos vernáculos de naturaleza y de cultura, antes bien aportándolos, como nuestro caudal de originalidad, al fondo común de expresión con que los hombres procuran entenderse y hermanarse«.

Foujita que originalmente tenia en agenda quedarse solo ocho días en Cuba, terminó partiendo un mes después. Una foto cubana de Foujita es posible: vestía con guayabera blanca, tomaba ron, bailaba, y andaba cruzado de brazos con José Antonio Fernández, Antonio Gattorno, y José Sicre.

Según el testimonio de Fernández de Castro publicado en la revistaSocial, Foujita partió en noviembre: «Allí aprendimos que el artista era tan igual a nosotros» . Muy poco sabemos de las impresiones que causó la experiencia habanera en el espíritu taciturno de Foujita, puesto que se piensa, a diferencias de sus estancias en países hispanoamericanos, el artista no guardó un cuaderno de apuntes sobre Cuba. Es motivo de sospecha también como Carpentier, tan mediático y prolifero en sus crónicas, no escribió sobre el viaje de Foujita a La Habana, cuando un total de cinco reseñas fueron escritas tras la visita de Foujita. Una posible hipótesis de este silencio quizás se deba a que Foujita – como reporta el biógrafo oficial del pintor, Phyllis Birnbaum, se había pronunciado en contra de los movimientos estudiantiles revolucionarios: «Durante su visita en Cuba, Foujita hizo comentarios que quizás se tomaron como hostiles a las revueltas estudiantiles. Cuando los artistas mexicanos supieron de las proclamas contrarrevolucionarias, intentaron que Foujita entrase a México».  Las palabras exactas de Foujita en los medios cubanos se desconocen.

III.

Algunos comisarios del Museo Nacional de Bellas Arte de la Habana aseguran que aun existen obras de Foujita en sus sótanos. La visita del pintor en la Habana marca otro intercambio entre la cultura japonesa y la cubana: dos ínsulas que se sueldan más allá de sus oceánicas lejanías. Habría que recordar, cuando se habla de Foujita, a las migraciones japonesas en el siglo diecinueve, y al pintor Hiroshi Kimbara, quien estudia pintura en la academia de San Alejandro en la primera década del siglo veinte . El filosofo cubano, Emilio Ichikawa que también desciende de familia japonesa, ha observado la curiosa relación gastronómica entre el intelectual cubano y el sushi. En su reseña del libro Japonés en Cuba, Ichikawa asegura: » Se ve en el casi unánime gusto que el “culturoso” cubano dice sentir por el suchi, el sachimi y el wasabi de la que aquí se sirve como comida japonesa. Es casi sospechosa la unanimidad con que nuestro gastroletrado asiente ante estos platillos, tan distantes en su textura del lechón que enfrutece la brasa insistente o la almidonada yuca que se relaja después de un aguacero de mojo» [7]. Tal sospecha es legítima: existe, entre Japón y Cuba, un vinculo cultural (de costumbres, gestos, idiosincrasias) casi innegable, que podríamos situar en ese proceso que Lezama Lima llamó las «eras imaginarias». Foujita en su viaje habanero funda una importante estela de ese imaginario entre Hispanoamérica y el Oriente.

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