La obra de Axel Hütte se enmarca dentro de una tradición de fotógrafos alemanes herederos directos de la estética conceptual y las enseñanzas de Bernd y Hilla Becher, que, en la década de los ochenta, readaptarán el proyecto originario de la Nueva Objetividad para adoptar una singular manera de enfrentarse al mundo. Al igual que sus compañeros de promoción en la Kunstakedemie de Düsseldorf —entre los que se encontraban Andreas Gursky, Candida Höfer, Thomas Ruff o Thomas Struth—, comparte inquietudes y planteamientos conceptuales afines: pertinaz practicante de la cámara de gran formato, adopta una estética fría, una mirada lo más neutral y desafectada posible, para acabar erigiendo imágenes planas técnicamente impecables y con una calidad de detalles que pone de manifiesto su preocupación formal por la desnudez y la pureza de registro.
Bajo la denominación genérica de «Escuela de Düsseldorf», todos ellos reinventaran la larga tradición de géneros como la fotografía de arquitectura o el retrato, donde, al no retratar el cuerpo o edificio completo, el fragmento o la parte como máxima expresión del todo se convierte en el elemento definitorio.
Si bien Hütte ha puesto a todos ellos en el camino de su objetivo, es el del paisaje el que le ha convertido en uno de los fotógrafos más reputados de la escena artística internacional, y que ha abordado cuestionando la tradición artística: prescindiendo de la figura humana e intentando atrapar lo intangible de la Naturaleza, pone en tela de juicio la visión del paisaje romántico, sublime o pintoresco, popularizada de forma masiva a finales del siglo xix y que terminó por transmitir y fijar una iconografía que todavía hoy persiste como constructo de la memoria colectiva.
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