Alberto García-Alix
Acudimos a casa de Alberto García-Alix para hablar con él del pasado, del presente,del futuro, de lo humano y de lo divino, de fotografía, de motos, de drogas y de R&R (y de paso nos echamos unas risas) días antes de que Francia le concediera la insignia de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras.
© Mike Steel
¿Cómo empezaste en este oficio?
Por casualidad. Mis padres me regalaron una cámara porque quería hacer fotos de motos. Mi hermano Alfredo corría en motos y yo, algunas veces, también. Él tenía un amigo que siempre venía con nosotros y hacía fotos. Nos las enseñaba los miércoles. Si la carrera era el sábado o el domingo, el miércoles venía a casa con las fotos. Eran en blanco y negro. Las hacía con una Leica.
Por navidades, les pregunté a mis padres si podían regalarme una cámara. Me regalaron una compacta. Le pedí a mi padre si la podía cambiar por algo que fuera más… y me dijo que sí. La cambiamos por una Nikon… (duda). No, por una Canon FTB, un trasto.
En ese momento de mi vida conocí a un chico que se llamaba Fernando Pais. Nos fuimos de casa de nuestros padres a vivir solos. Él tenía un par de Nikon F2, hacía fotos y, además, tenía una ampliadora que montó en casa.
Yo tenía mi cámara y… me tomé un tripi que me sentó mal. No mucho, pero sí que me sentó mal. Tuve una mala bajada. Decidí que tenía que hacer algo para no estar todo el día sin hacer nada. Ni estudiaba, ni trabajaba, ni nada. Y decidí meterme en el laboratorio. Mi amigo no me enseño mucho. Sólo me dijo: “revelador, paro, fijador”. Empecé a meterme por las tardes.
Compraba un carrete, tiraba una sola foto -no dos o tres-, con una me conformaba. Era un juego. Fue en el laboratorio donde me fasciné con la fotografía. Al principio me quedaban muy oscuras. Entonces comencé a jugar con el tiempo, a cerrar el diafragma, a acercarme, la luz muy contrastada -en aquella época gustaba la luz muy contrastada- y empecé a encontrar la atmósfera.
Uno se fascina cuando, a través del laboratorio, empieza a encontrar la atmósfera de lo que vio. No ya lo que vio, sino la atmósfera. Cuando aparece la atmósfera es algo mágico.
Me pasaba las tardes dándole más tiempo, utilizando papeles más suaves, ahora más duros… Luego según va la vida girando, he ido con el laboratorio a cuestas. En todas las casas lo montaba.
¿Te acuerdas de cuál fue tu primera cámara?
La que mencioné antes, la Canon FTB.
¿La primera foto o fotógrafo que te impresionó?
Nunca sabría cual fue la primera foto porque la fotografía es como una entidad. ¿No?
Creo que la exposición definitiva fue en el año 81, al ver una exposición de August Sander, un fotógrafo alemán de entreguerras, en el Instituto Alemán. Se habían traído los originales. Lo recuerdo como algo que había intuido pero que no sabría precisar con palabras: no solo era el poder de la imagen, era la poesía de la imagen. De repente, los retratos de este hombre me noquearon. Volví varias veces. Caí en trance, lo recuerdo como que caí en trance.
¿Cómo la corrida de toros del otro día? (antes de comenzar la entrevista, Alix nos cuenta que ha estado en Nimes viendo la corrida de José Tomás en la que se enfrentó a seis toros y describe la experiencia como “casi mística”).
Bueno, lo de la corrida del otro día fue más trance (risas). Ya me puedo morir tranquilo (más risas).
¿La última foto o el último fotógrafo que te ha hecho sentir lo mismo?
Lo mismo no se vuelve a sentir nunca. Te puede gustar pero sentir lo mismo, no. En aquella época, no soñaba ni con ser fotógrafo, ni pensaba ser fotógrafo (risas). No me veía como tal. Pero una vez que mirar se convierte en algo apasionante… He aprendido a base de hacer malas fotos, como todos (más risas).
© Mili Sánchez
¿Con qué cámara sueles disparar? ¿Te da igual una que otra?
Con una Hasselblad y con la Leica. Si voy a la calle, la Leica. La prefiero.
¿Tienes una óptica favorita?
No, solo tengo dos ópticas. No, tres en la Leica: 28, 35 y 50mm. Bueno, eso ahora porque antes no tenía tanta óptica. Antes solo tenía el 35 y el 50 mm. Hace un año y medio que compré el 28. Con la Hassel solo tengo dos lentes: 80 y 135 mm; y una lente de aproximamiento.
¿Horizontal o vertical?
¡¡Como Dios manda, joder!! (risas)
¿Qué prefieres: disparar a tiempo y hacer lo que esperabas, o no llegar a tiempo y sorprenderte?
Yo creo que uno se sorprende siempre.
¿Reencuadras las fotos?
No. Vamos, una de cada millón. Si me sale una mancha en un lateral o por algo así, si no nunca toco.
El viaje empieza cuando miro por cámara. Es cuando disfruto del cuadro. Antes, la foto no la veo. La veo a través de encontrar la predisposición para coger la cámara. Ahí comienza el ejercicio de ver. Y, cuando acabo, le doy un beso al carrete para bendecirlo. ¡Que sea lo que Dios quiera! (risas)
Como trabajo en analógico, puede pasar una semana o diez días hasta que revelo el carrete. Y mientras, sueño con lo que vi. Me da un tempo.
¿Cómo te has adaptado al mundo digital?
Yo, que soy un permanente insatisfecho, no podría hacer fotos en digital. Estaría siempre intentando corregir, no me contentaría. Un día me dejaron probar una (cámara digital). Me di cuenta de que no me daba ni rapidez, ni más poesía. No me daba nada.
Por lo que no me he adaptado al mundo digital para hacer una foto… de momento. Nunca se puede decir “de este agua no beberé”. Sí que lo he empleado, por ejemplo, en la narración visual. En video hecho con el móvil. Pero ahí estoy jugando en casa. Grabo cosas y las empleo. Pero no en la fotografía. En la fotografía, no.
¿Digital o químico? ¿Por qué?
(Químico) Porque lógicamente tengo fe.
¿Qué películas utilizas?
Tri-X.
¿Retocas las imágenes? ¿Con que software?
Retoco con los ojos (risas).
¿Cómo ves el panorama a día de hoy?
¿Qué panorama?
El fotográfico.
El fotográfico es el que menos importa. Pero el país está hecho una mierda. Vamos para atrás como los cangrejos. Da dolor de estomago pensarlo.
© Luis Baylón
Provienes de una familia burguesa (¿¿cambiar burguesa por acomodada??), tu madre era licenciada en historia y tu padre, oftalmólogo. Tu hermano Carlos es pintor y cineasta. Tu hermano Alfredo es un brillante investigador y pediatra. Tu hermana Lola trabaja para una ONG. Tú eres un reconocido fotógrafo. ¿Cómo fue tu educación y la de tus hermanos? ¿Cómo era el ambiente familiar?
Nuestra educación fue bastante liberal aunque no en los primeros años, cuando vivíamos en León. Íbamos a un colegio de Maristas. ¡Una ruina! El otro día me hice un retrato pensando en aquella época. Ahora está expuesta en Juana (la galería Juana de Aizpuru).
Mi padre y mi madre leían mucho. Pero nosotros éramos muy gamberros, por lo que nos castigaban mucho. Si me castigaban un sábado, me leía Cumbres Borrascosas (risas). Leer es ver. Ver grandes historias. Yo era un gran lector.
¿Eras?
Sí, entonces era un gran lector, ahora me entero sólo de la mitad (risas). En la universidad empecé a encontrar amigos con los que podía hablar de esos temas (libros). Con la pandilla, no. Ellos leían pocos libros.
¿Quiénes? ¿Los moteros?
No, en aquella época no había moteros. Te hablo de cuando tenía 15 ó 16 años.
¿Empezaste pronto con las motos?
Sí, a los trece años. Me acerqué al arte porque vi a los grandes pilotos de aquella época. Para mí las motos eran como ver ahora a José Tomás (risas). Nosotros, toda la familia, éramos fans de Santi Herrero. Cuando se mató nos dolió mucho.
Tu padre tuvo la oportunidad de estudiar fuera de España, concretamente en USA, ¿viajabas mucho con tus padres de niño?
Al pueblo de las criadas (risas). Con cinco hijos mis padres no podían ir muy lejos (más risas).
Ana Curra en tú libroFotografías 1977-1998 dice que “para mí, Alberto es fotógrafo como podría ser cualquier otra cosa. Él es fundamentalmente un artista de la vida“. Leyendo tu biografía, podrías haber acabado siendo actor, piloto, director de cine… ¿Cuándo te diste cuenta de que eras fotógrafo?
Desde que yo lo decidí. ¡Pura soberbia! Perseverar. Vamos, yo no me veía ningún futuro como fotógrafo. Ni por lo profesional, ni por la vida personal que llevaba. No iba a pedir trabajo a ningún sitio. A no ser que fueran amigos o tal…
Por el año 81-82, cuando empezó La Movida, había una gente que editaba postales de fotos. Publicaron a todos: Ouka Leele, Juan Ramón Yuste… Un amigo me dijo que fuera a enseñarles mis fotos. Y fui. El hombre que me atendió las miró, me miró, y me dijo: “mira, vamos a hablar claro. Dedícate a otra cosa” (risas).
¿Te acuerdas del nombre de la persona?
Sí, pero no lo voy a decir (más risas).
¿O sea que tú ya lo sabías, aunque los demás no lo supiesen?
Me daba igual. Pensé: “pero tú que me estás contando a mí”. Porque además eran las fotos (retratos) de Willy y Carlos (sus hermanos). Yo mandaba en mi hambre, vivía de otras cosas, así que me daba igual. Pero al salir de allí, lo típico, todos los amigos me preguntaron qué me había dicho. “¡Pues que me dedique a otra cosa!“, les contesté (risas).
La fotografía es perseverar. Se persevera por amor y por ilusión. Lo que me fastidia es haber aprendido mal. Hoy en día toda la gente tiene un montón de referencias, un montón de libros. Yo, en aquella época, no me podía haber comprado, por ejemplo, un libro de fotografías de Robert Frank. A Frank lo conocí muy tarde. Para mí la fotografía era un cazador con la escopeta y dos leones en blanco y negro. Era lo que había (risas).
Más adelante, cuando ya hacía fotos, conocí a Diane Arbus.
¿Al principio?
Al principio no, porque empecé a hacer fotos en el año 76. Me fui enamorando y haciendo fotos. Tuvieron que pasar varios años, porque la fotografía era algo importante en mi vida, pero no vivía de ello. Eso sí, vivía con una mujer que por lo menos me apoyó. Nunca me dijo: “¿con qué se come eso?”. Porque la fotografía me costaba dinero y nosotros éramos drogadictos. Vivíamos de otras cosas. Pero os digo una cosa; aunque no tenía ni puta idea, me sentía poderoso con la cámara. Poderoso no por talento, sino por individualidad;yo decido cómo, y dónde, y porqué, y qué veo.
Lo que primaba en esa época no era la fotografía era esto (hace un gesto de inyectarse heroína). La fotografía estaba aquí (en su cabeza) y una entre mil veces -porque tenía carrete- hacía fotos.
Para ser tan joven y tenerlo tan claro…
Yo no sé qué tenía claro. (Alix comienza a mostrarnos algunos de sus trabajos). Por ejemplo, esta foto la tenía clara desde el primer momento en que la vi. Estaba en casa de mis padres y recuerdo ese momento (Foto 1). Esta de aquí es de mi cocina. Aquí viví con Luis Baylón…nos echaron. Bueno, me echaron a mí, pero como él vivía conmigo (risas). Era en la calle Relatores (Foto 2). Esta es más antigua, de cuando estaba en el ejército (Foto 3). Esta otra fue una de las que fui a vender al de las postales… (Foto de Willy y Carlos arriba)
Cessepe, Bárbara (Ouka Leele) y el Hortelano se habían ido a Barcelona. Y yo, desde el 76, comencé a ir a menudo. Allí conocí a una gente que hacía una revista de fotos en papel de periódico. Y fue la primera vez que le gustaron a alguien mis fotos.
Los de la tienda El Ojo, que eran muy amigos de Luis (Baylón) y míos, también se fijaron en que hacía otro tipo de fotos. Una vez les salve de un atraco y todo. La tienda ya no existe. Estaba en la calle Montano, era de los hermanos Ronsón. Con ellos vi la primera cámara de placas. Un día me preguntaron: “¿y tú qué haces?”. Les enseñé mis fotos, les gustaron y me dijeron: “Mira Alberto, a partir de ahora si necesitas material llévatelo”. Así no tenía que dejar a deber los carretes (risas). Además, iba aprendiendo. Revelaba mis propios negativos, hacía todo. Del 76 hasta que me fui al ejército me formo un poco. Aprendo a revelar, a usar la ampliadora…
Cuando empezaste en la fotografía el mundo que había a tu alrededor se regía por la máxima que da título a la canción de Faron Young: Live fast, love hard, die young. ¿Crees que parte del éxito de tus primeras imágenes se debe a la fascinación que éstas ejercían en la gente que no se atrevía a cruzar ese “lado oscuro”?
No, al contrario. Los primeros que ven tus fotos son tus amigos. Además, las fotos comprometidas no las exponía. De hecho, algunas las he llegado a romper por miedo a la policía. Los negativos de los setenta sobrevivieron; los de los ochenta, unos cuantos -deben de ser del año 84-85- los rompí. La foto se puede convertir en un chivato y tuve miedo. Fui un imbécil y destruí unos cuantos negativos. No eran muchos, pero unos cuantos.
Las fotos que sí me atrevía a mostrar eran retratos de amigos. Ésta era de mi oficina, que era mi bar (Foto 4). Esta foto (Foto 5) a mí me reconcilió cuando vi la de Walker Evans. Muchos amigos me decían: “¿pero esto es una foto? ¿qué es esto?”. ¡Pues el baño de una habitación de hotel cutre, porqué no teníamos ninguno un duro! No podíamos ir a sitios caros, íbamos a sitios baratos. Sentía que ellos no veían la soledad que yo veía, la dimensión de la vida. Era una antigua habitación de mujeres, porque antiguamente tenían bidé, y la alquilaban a parejas. Me quedé fascinado nada más revelar esa foto porque daba muchos grises. Fue muy bonito verla salir. Quedaba muy corpórea. Por eso, cuando vi la exposición de Walker Evans en el año 81 y vi esas habitaciones dije: “!! Joder, no me jodas!!”. La dimensión de lo que quise ver entonces la comprendía también en él. Me daba una gran lección.
Todo lo que me pulsa, si tengo la cámara, me obligo a mirar. Iba por la calle y tiraba fotos, iba por donde sea y tiraba fotos, pero nunca con idea de construir un reportaje.
No tuve hambre de maestros, yo me soñé los maestros. ¡Es cierto! Ya en los años noventa vi de pronto un libro de Robert Frank y me decía “Joder, esto tendría que haberlo visto antes”. O tendría que haber conocido gente que tuvieran más inquietudes o que estuvieran más en mi mundo porque de fotos… Yo no era fotógrafo porque perteneciera al mundo de la fotografía. No trabajaba como fotógrafo. Aunque la verdad es que soy un privilegiado porque desde el primer momento tuve la suerte de conocer a
gente a la que le gustaba mi trabajo. Llegué al mundo de la fotografía a través del mundo del arte. Los primeros que ven mis fotos -vía Kiko Rivas- y deciden hacerme una exposición son la Galería Buades.
Venían todos los amigos, y de repente empezó la Movida. Una galería de arte se llenaba de rockers de punks, de tal y cual. Además, en esa época lógicamente el público no compraba. (Para los galeristas) era muy divertido tener a Alberto y a toda la panda en la galería, pero vender no se vendía. Muy moderno (risas). Aún así, todos hacíamos algo. Todos éramos jóvenes. Había esperanza. ¡Es que hoy en día no hay ni esperanza! Antes nos creíamos la hostia. Para meterse en problemas hay que tener energía porque si no…
Luego, era muy fuerte. En la soledad de mi laboratorio al revelar las fotos veía mi interior. Muchas veces pensaba: “qué dura es esta foto”. Hay alguna de mi hermano en la que ya el deterioro se notaba. Lo veían mis amigos. La vida va pasando. La vida pasa y de repente empecé a tener fotos de muertos, de amigos muertos.
El laboratorio es curioso. Cuando estás revelando, la foto tarda en salir dos minutos. Durante esos dos minutos estás en silencio delante de la foto, y dialogas con ella. Muchas veces cuando hago una foto de estas (de su hermano), dialogo con ellas: “Hombre Willy, coño, fíjate, quién nos iba a decir a ti y a mí”. A veces, me pilla.
Hay un momento en que lo pierdo todo. Pierdo las cámaras, pierdo tal… sólo me queda la moto. Hacemos un viaje a Vigo.
La galerista Valle Quintana, a la que le lloré mis cuitas, me dijo: “estás así porque tú quieres. Te hago una exposición y te vendo, eso te lo aseguro”. No tenía un pavo y ella puso el dinero con la condición de que hiciera la exposición en dos meses. Kiko Rivas me lo administró para que no me lo gastara en drogas. Me metí en casa de mis padres y monté el laboratorio allí. Y sí, monté una exposición y sí, se vendió. Fue muy bien, dio dinero y, por primera vez, me veía…(como fotógrafo).
Volví a comprar equipo; cogí una casa entre Pacífico y Vallecas; y comencé a hacer fotos. Empecé con la cámara de medio formato, con estás fotos (muestra las de Elena Mar). Esta otra era para Chus Bures (diseñador de joyas), fue uno de mis primeros trabajos comerciales.
La exposición con Valle Quintana la vio mucha gente. Algunos quisieron que trabajase para ellos, como Manuel Piña (diseñador de moda). ¡En esos momentos que estoy empezando, me ofrece hacer moda con él! Además, pagan de puta madre. Ahí yo iba de artista “enfant terrible” (risas). Hicimos un cartel con la foto para Chus Bures de Elena Mar, lo pusimos por todo Madrid y fue todo un exitazo. La gente pintaba cosas sobre el cartel, y no tengo ninguna foto de ello, cosa de la que me arrepiento muchísimo.
¿Tu relación con los tatuajes es la misma que tienes con la fotografía, una forma de conservar el presente, de fijarlo?
No, no. Mi relación con el tatuaje ha cambiado mucho con el tiempo. Cuando me hice el primero mi visión del tatuaje era una, ahora es otra. Al principio no era rebeldía, era Rock & Roll. Estaba en ese mundo y me gustaban los tatuajes. Pero ahora no. Ahora no sé si me gustan. Me los hago para reírme de mí mismo y porque necesito suerte y me pongo una estrella para que no se me caiga (risas). Hay que tener mucho cuidado con los tatuajes, te puedes poner un demonio….
Desde tu primera moto (una Ducati de 50cc) hasta las Harleys que conduces desde hace años, la moto siempre ha sido un elemento muy importante en tu vida, tanto como para dedicarle un libro entero a los Bikers (Ed. La Tripulación 1993) y hasta tener tu propio equipo de competición en las Superbikes (Pura Vida Racing Team) ¿Qué representan para tí las motos?
¡La mayor gloría de Dios¡ Alegría. Yo no sé conducir coche. He ido toda mi vida en moto. Cuando era niño, antes de que me gustaran las mujeres, me gustaban las motos. Quería ser mayor para conducir motos. Yo no soñaba con trabajos ni nada, sino tener moto para viajar. La libertad total.
Tu carrera de retratista siempre ha girado (salvo excepciones) alrededor de un mundo cercano e intimo, de amigos, o por lo menos al mundo al que perteneces o con el que te identificas. De repente con tu trabajo realizado en China nos muestras otro tipo de fotografía que tiene una barrera cultural e idiomática. ¿A qué se debe este cambio? ¿Te sientes cómodo con él?
Me siento cómodo, sí. He aprendido. ¡Hostia, cuando uno se da cuenta de que ha aprendido…! Cuando comencé a hacer fotos miraba mucho al exterior. Estaba bien. El cambio fue cuando me empecé a mirar al interior. La imagen me miraba y se volvía para dialogar. Es como si quisiera hacerte un retrato, pusiera la cámara y -mientras veo la luz y lo veo todo- me pregunto cuánta ración de miedo nos cabe a ti y a mi. Es el momento del diálogo. Antes no dialogaba así.
El otro día retrataba a una prima de Javier Esteban (fotógrafo) que se acaba de morir. Tenía un cáncer y sabía que se moría. Le quedaban pocos día y vino con Javier. Cuando estás mirando en el otro rostro piensas esas cosas, ¿no? Hay un diálogo.
Sí, hay una etapa que lo cambia todo. Pero no es China, es París. Es parís. Mi situación aquí (en España) era privilegiada, pero yo estaba hecho unos zorros. Estaba deprimido, creo que es la palabra más precisa. Y la fotografía era para mirarme a mí mismo, por primera vez. Antes había un dialogo, pero donde realmente lo sentí fue en París. Empecé a buscar, digamos, mi tristeza. Comencé con los videos. Hice un trabajo introspectivo. Tuve la suerte de que la Galería Chantal Crousel lo produjera y lo mostrara.
Era un video muy oscuro…
Sí, además la fotografía también se vuelve más oscura. Empiezo a dialogar más conmigo mismo. Lo hacía siempre, pero esta vez es mucho más introspectivo. Los cambios se producen cuando voy a París. Después de París, la espita ya está abierta. Ya conozco el diálogo.
Autorretrato “Ajuste de cuentas” 2008
Siempre has estado en contacto con el video y con el cine. ¿El uso del video y los audiovisuales en un pasado cercano a qué se debe: a un renovado interés o a que la imagen fija te empieza a aburrir?
No, nunca me he aburrido de nada. No me dieron tiempo (risas). Antes de empezar a hacer fotos quería estudiar cine. Me pasaba las tardes en la filmoteca viendo películas. Las analizaba, las desmenuzaba. Me gustaba mucho el cine negro. La iluminación. De hecho, cuando era joven busqué trabajo en una película de González Gil, con José Aguayo de director de fotografía y cámara. El cine me interesaba. Apareció de repente Kiko Rivas en un programa que se llamaba Pista Libre e hicimos una película que se llamaba El día que muera Bombita. Me pasó el guión con todo su mundo, yo tenía que dirigirla. ¡Aquello fue el rosario de la aurora, no tenía ni puta idea!
Luego hice dos películas como actor para Ceesepe. Después, un corto para el programa de Televisión Española de Paloma Chamorro (La Edad de Oro), No hables mal de mí con Silvio (Fernández Melgarejo). Como Silvio era amigo, le contraté para que se ganara algún dinero. ¡Quién nos iba a decir que esa mierda de película es mítica! Por el Silvio, no por mí, claro (risas). ¡Qué cabrón, como me lo hizo pasar de mal! (más risas). Salí a hostias con los técnicos de televisión y la Paloma Chamorro defendiéndome. Para mí, fue tal el fracaso que sentí con esa película…. No me pude entender con los técnicos…. No había guión. Sólo una idea que yo le había dado a Kiko Rivas con una estructura. Me dolió tanto que me sentía un fracaso. No lo aparqué del todo, pero intenté vivir de la fotografía. Era lo que me daba de comer. Ya nadie me volvió a ofrecer rodar.
En una entrevista Duane Michaels dijo que él siempre había hecho lo que le daba la gana con su fotografía personal, que nunca se dejo influir por mercados o galeristas, porque las habichuelas ya se las ganaba haciendo fotos comerciales ¿Fue este tu caso?
No, no. Esta foto era comercial (muestra una de Elena Mar). Yo empleaba a las amigas, las explotaba (risas). Manuel Piña lo vio y flipó tanto que contratamos a Elena Mar de modelo para hacer la foto de la toalla. Le dije a Manuel que “ok, pero la pagas bien”. La pagó bien y encima le mandó un ramo de flores amarillas, porque Manuel Piña era un gran señor.
Con Chus Bures hacía lo mismo, emplear a los amigos, y para Modesto y Lomba… hacía retratos para Vogue. Yo nunca separaba. Para mí todo era lo mismo, eran fotos. Esa fue mi suerte. Jugaba en mi terreno.
Los amigos… venían los Radio Futura “¿nos haces unas fotos?”. Además, pagando. Los citaba en mi barrio, en mi casa. Cuando la gente ve estas fotos empiezo a tener cierto nombre… Trabajar para Manuel Piña y tal… A mí ya me habían visto en todas las fiestas. Ahora empezaban a verme de delirante fotógrafo (risas).
Era una época muy animada. Pasaban muchos fotógrafos extranjeros por España, enseguida hablaban de ti fuera. Gracias a las exposiciones me empezó a salir trabajo. Vino Alberto Annaud a verme, quería que tuviera una página en El País. Los amigos empezaban a triunfar con la música. Había un cierto comercio. Ahora es más difícil. Pienso que estaba en el sitio adecuado en el momento adecuado. No volverá nunca a ser lo mismo. Tuve la suerte de que los clientes que tenía utilizaban a amigos míos, venían a mí casa…. Todo se cocía en mi casa. Allí estaba el Canto de la Tripulación, ahí estaba todo. Venían treinta motoristas y se quedaban en mi casa. Los vecinos se quejaban. Me decían: “dile a tus amigos que se pongan las camisetas” (risas).
Ahora para mí es lo mismo. Nunca he cambiado en esto. Cambia la manera de ver, evoluciona, pero lo que es el tipo de foto y adónde va…. La composición me atraía en aquel tiempo tanto, que me gustaba la arquitectura y cualquier cosa de ese tipo. No es nada nuevo. Lo que sí es nuevo es la intenciónalidad. Al final las fotos que se ven, fueron las que se publicaron. Porque si le das un repaso a los contactos, a lo mejor piensas que otra es mejor. Las fotos tienen su momento. Ahora te gusta que esté la cara perfecta, ves una movida y dices “¡qué horror!”. Y luego te gusta más la movida porque tiene más expresión…. Pero al final, la que se conoce es la otra, la publicada.
¿Disparabas muchos carretes cuando hacías un retrato?
No, podía utilizar dos o tres carretes. Tardo mucho en enfocar, tardo mucho en controlar lo que estoy mirando, tardo en concentrarme en lo que estoy haciendo.
Lo primero que hago es ver si me distrae algo. Para la buena foto nunca se tiran muchos disparos. Primero decido el espacio donde se va a hacer la foto, la luz…. Después cavilo todo lo que veo en el espacio. Soy lento. Cuando no queda más remedio, tiro. Me odio a veces por ser tardón. Pero bueno, fotografiar es un poco domesticar. Tengo que parar la tensión interior. Tener una tensión interior para que la gente se hipnotice ella misma con el objetivo, que se mantenga ahí. Dirijo -si puedo- aunque otras veces no. Al final con los retratos, si hay complicidad y te dan tiempo, funcionan.
Hace años te embarcaste, junto a un montón de amigos, en la aventura editorial El Canto de la Tripulación. Ahora, después de varios años, te vuelves a embarcar en un nuevo proyecto: Cabeza de Chorlito. ¿En qué consiste y en qué se diferencia del primero?
Es un proyecto para sacar adelante pequeñas aventuras. De momento, entre Fred (Frederique Bangerter) y yo hemos hecho la caja de los diaporamas. Bueno, la que hace el trabajo y lo mantiene es ella porque yo… trabajo, no. ¡Menos mal que la tengo!
Lo siguiente que queremos hacer es un libro con la historia de El Canto de la Tripulación. Estoy preparando y desempolvando cajas y cajas de material. He visto trabajos de amigos fotógrafos increíbles.
¿Son trabajos que presentaron en su momento para El Canto de la Tripulación?
No, no. Por ejemplo, Emilio Pereda -que es un gran amigo mío- venía con nosotros de fotógrafo. Tiraba constantemente fotos, pero sin ninguna intencionalidad, con una cámara pequeña, con una Olimpus. Cuando me ha dado su material y lo hemos escaneado…. Todas las historias, todo (es un) maravilloso trabajo.
Ahora estoy recuperando toda la documentación para este libro. La parte escrita la están haciendo dos amigos míos: Gonzalo García Pino que estaba con nosotros en La Tripulación –vamos, el alma moral de La Tripulación- y Nadia Arroyo. Yo voy a aportar toda la documentación y la edición. A ver cómo va, pero estamos en ello. Luego hay que sacarlo y venderlo. Nosotros no tenemos canales de distribución, lo hacemos sólo por internet, a través de fiestas o eventos. Pero es que se lo debo a la vida, le debo a la vida que exista esa documentación. No por mí, si por mí fuera me retiraba. ¡Me retiraba ya!
Si fuese a una editorial, me quitaría de problemas y me quedaría tan contento. Pero eso sería traicionar el espíritu de La Tripulación, dejaría de ser la aventura. Gonzalo y Nadia me entienden. Vamos a hacerlo así, ¡como en los viejos tiempos!
Fuente: Revista Ojos Rojos